Las Bibliotecas en la Civilización Islámica
-Bibliotecas escolares: La civilización islámica fue la primera en preocuparse por fundar escuelas para enseñar a toda la gente, y dispuso al lado de cada escuela una biblioteca, lo que es lógico y complementario a este progreso y prosperidad. En general, las escuelas en el Islam se difundieron ampliamente en Iraq, Siria y Egipto, así como en otras ciudades. Así, en la mayoría de las escuelas islámicas se construyó una biblioteca. Nur Ad-Dîn Mahmud construyó una escuela en Damasco, junto a la que construyó una biblioteca. Salah Ad-Dîn hizo lo mismo. En cuanto al Qadi Al Fadil, que era ministro de Salah Ad-Dîn, fundó una escuela en El Cairo que llamó Al Fadiliah, en la que reunió aproximadamente 200.000 volúmenes, que previamente había tomado de los almacenes de Al ‘Abidîûn. Yaqût Al Hamawi cita que hubo varias escuelas en Marû, que en su época contenían enormes bibliotecas, cuyas puertas estaban abiertas a todo el mundo.[6]
-Bibliotecas de las mezquitas: Este tipo de bibliotecas están consideradas las primeras en el Islam, ya que las bibliotecas en el Islam se construyeron paralelamente a las mezquitas. Un ejemplo de este tipo es la biblioteca de la Mezquita de Al Azhar y la biblioteca de la mezquita mayor en Al Qairuán [7]
En general, los gastos de esas bibliotecas se cubrían con el dinero procedente del habiz, ya que el Estado le destinaba una cantidad determinada. Además, algunos ricos y benefactores dedicaban parte de sus fortunas a los gastos de mantenimiento y expansión de esas bibliotecas.[8][1] Ibn Kazir, Al Bidâiah wa An-Nihaiah, 13/186.
[2] Adh-Dhahabi, Tarîj Al Islam, 18/375.
[3] Ibn Maskuiah, Tayarib Al Umam, 6/286.
[4]Adh-Dhahabi, Tarîj Al Islam, 28/61.
[5]Al Abâr, At-Takmilah li kitâb As-silah, 1/190.
[6]Ribhi Mustafa ‘Aliân, Al Maktabât fi Al Hadârah Al ‘Arabiah al Islamiah, pág. 134.
[7]Sa‘îd Ahmad Hasan, Anua‘ Al Maktabât fi Al ‘Alamain Al ‘Arabi wa Al Islami, pág. 18-78.
[8]Muhammad Husein Muhâsanah, Adua’‘Ala Tariîj Al ‘Ulum ‘Ind Al Muslimîn, p.161.
No es extraño que los califas musulmanes se interesaran en fundar bibliotecas públicas que albergaban tanto libros árabes como libros traducidos de otras lenguas al árabe, ya que el Islam, como hemos observado, llama a la búsqueda del conocimiento y anima a los musulmanes a aprender, y a iluminar el intelecto con la lectura y la escritura, así como a hacerlo receptivo con los asuntos de la vida diaria.
La civilización islámica conoció numerosos tipos de bibliotecas que ninguna otra nación había conocido antes. Dichas bibliotecas se extendieron por todos los rincones de la nación islámica. Así, había bibliotecas en los palacios de los califas, en las escuelas, en los Kuttab, en las mezquitas, y también en las capitales de los emiratos, y en las aldeas y lugares lejanos, lo que demuestra la consolidación del gusto por el conocimiento de los musulmanes.
Entre las bibliotecas que hubo en la civilización islámica, hallamos:
-Bibliotecas académicas: Fueron las más conocidas en la civilización islámica. La más importante fue la Biblioteca de Bagdad (La casa de la sabiduría), de la que hablaremos en el próximo estudio.
-Bibliotecas privadas: Este tipo de bibliotecas se difundió ampliamente por todos los rincones del mundo islámico. Un ejemplo lo tenemos en la biblioteca del califa Al Mustansir[1] y la biblioteca de Al Fat-h Ibn Jâqân -quien siempre iba con un libro en la mano, leyéndole-[2], así como también la biblioteca de Ibn Al ‘Amîd, ministro del famoso Âl Bûiah. El famoso historiador Ibn Maskuiah, cita que era guardián de la biblioteca de Ibn Al ‘Amîd. Explica que un ladrón vino a robar a su casa (es decir, la casa Ibn Al ‘Amîd), donde se encontraba la biblioteca, por lo que éste se entristeció sobremanera temiendo que su biblioteca hubiera sido objeto del robo que afectó al resto de pertenencias. A través de la explicación del suceso, observamos que se trataba de una biblioteca muy cuantiosa y valiosa. Ibn Maskuiah dijo: “El ministro Ibn Al ‘Amîd se interesó mucho por sus libros, siendo lo más estimado que poseía. Tenía muchos y contenían todo tipo de conocimiento, sabidurías e instrucciones. Para transportarlos había que utilizar cien Uiqr (algo como baúles). Así que cuando me vio, me preguntó por el estado de su biblioteca, y yo le dije: “Está impecable, no la han tocado siquiera”. Se alegró muchísimo y dijo: “Doy testimonio de que tienes un carácter afortunado. El resto de pertenencias robadas, se pueden reemplazar, sin embargo esos libros no”. Vi cómo su rostro había empalidecido, después dijo: “Lleva esos libros mañana temprano hacia tal lugar”. Así lo hice, y la biblioteca se salvó del hurto, al contrario del resto de sus pertenencias.[3] También es un ejemplo la biblioteca del juez Abu Al Mutarraf, que recopiló una enorme cantidad de libros, de modo que nadie en su época ni en su lugar (Al Ándalus) pudo igualarle.[4]
-Bibliotecas públicas: Se trataba de instituciones culturales en las que se preservaba el legado humano y cultural, así como la experiencia adquirida, y se ponía a disposición de todos los ciudadanos, sin tener en cuenta la clase social a la que pertenecía la persona, así como tampoco su género, su edad, su profesión, ni su cultura. Tenemos un ejemplo en la Biblioteca de Córdoba, que fue fundada por el califa omeya Al Hakam Al Mustansir en el año 350 de la Hégira (961 d. C.), en Córdoba. El califa designó a unos trabajadores especializados para que se ocuparan de los asuntos relativos a la biblioteca, así como también reunió en ella a una serie de copistas para que reprodujeran los libros a mano, y un gran número de encuadernadores. Esta biblioteca constituyó durante mucho tiempo el punto de mira de los sabios y los estudiosos de Al Ándalus. Los europeos viajaron hasta ella para apagar la sed de conocimiento con su manantial, y para beneficiarse de su sabiduría. El número de índices que recopilaban los títulos de los libros era cuarenta y cuatro. Cada uno de ellos constaba de veinte páginas en las que sólo se mencionaba el nombre de los archivos.[5] Otro ejemplo es la biblioteca de Banu ‘Ammâr en Trípoli (Líbano). Tenían representantes que recorrían todo el mundo islámico buscando libros excepcionales para incorporarlos a la biblioteca. Además, la biblioteca tenía 85 copistas, que trabajaban día y noche para copiar los libros.
Comentarios
Envíe su comentario